Resistir, vivir, respirar, vivir, resistir.
Pero para qué. Si no hay placer en nada. Si la felicidad es un sueño inalcanzable.
Esta maldita fragilidad de no poder resistir la vida. De estar tan afuera, tan afuera que casi no puedo verme.
Otros me necesitan, si.
Pero, en verdad me necesitan a mi, o es que necesitan mis capacidades, mi trabajo, mi cuerpo, mi dinero, el producto de mis manos. Todas esas cosas salen de mi, si, pero salen como de alguien que fuese ajeno a mi. Ajeno a mi dolor. Yo soy otra cosa, escondida, escondida, apagada.
La niñita que está en el closet con su cobija y sus libros y sus juguetes. Que no entre nadie, porfavor.
Mi dolor, el dolor de vivir es lo único constante en mi.
Y depender de unas pastillas aqui y allá para sostenerme. Para resistir. Para seguir.
Me pregunto yo qué sentido tiene resistir con esta discapacidad, con esta ceguera.
Resistir, como un animal abatido que se aferra a la vida porque no sabe hacer mejor cosa que eso.
Resistir, porque la cobardía o la valentía de cerrarlo todo no tiene cabida en mi penosa debilidad.
Otros me necesitan.
Y yo me voy gastando los días en una esperanza inútil.
La ilusión de los muertos vivos.
1 comentario:
En un microcuento, Julio Cortázar nos hablaba del destino de las explicaciones, y de que en algún lugar estaba ubicado un basural a donde éstas iban a parar inexorablemente, y que lo verdaderamente inquietante ante tan justo panorama era que tal vez llegara un día en que también se encontrara una explicación al basural. O algo así.
El placer está a la vuelta de la esquina, a pesar de que últimamente los callejones estén tan oscuros que dan hasta miedo. Coja nuestra mano, nosotros también nos asustamos.
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