Esto podría ser perfectamente un frasco de laxante. |
Uno siempre dice que el pasado pasó y que hay que dejarlo allí. Pero no. Especialmente no cuando uno cae como caí yo en esta depresión tan fea. Entonces es casi una obligación retomarlo y reconvertirlo. En mi caso enfrentarme a todo lo que me he negado a sentir durante talvez demasiado tiempo.
Y admitir que eso es bueno para mi.
Después de la sesión aquella tan fuerte de hace dos semanas, no me había atrevido a volver a la terapia. Y ayer fuí con la firme intención de no tocar el tema de mi niñez ni el tema de mi relación con mis padres. Por supuesto que no pudo ser. Porque todo viene de allí.
Cuando le expliqué a Claudia lo que sentí después de la sesión, ella - obviamente - ya sabemos lo que preguntó: que sentiste? y bueno, sentí muchas cosas, entre ellas autocompasión. Self Pity.
La autocompasión casi siempre tiene unas connotaciones negativas, porque de alguna manera implica que uno no es suficientemente valiente o que uno es débil o quejica. Al menos para mí lo implica. Yo me resistía a admitir que había sentido conmiseración por mi misma. Como que me daba verguenza admitir ese sentimiento.
Pero mi linda Claudia me explicó que no siempre es malo sentir autocompasión. Especialmente no es malo si de hecho, te han pasado muchas cosas desagradables o difíciles. Todo lo contrario. Admitirlo ayuda a dejarlo atrás y a apreciar el enorme esfuerzo que uno ha hecho y dejar de ver ese esfuerzo como una carencia que uno tiene y verlo más bien como una cualidad buenísima.
Un poco lo más difícil del asunto en la terapia es ponerle nombres a las cosas. Y aceptar esos nombres.
Negligencia. Abuso emocional. Soledad.
Ver todos los signos visibles del desorden, de mi desorden, en absoluta evidencia. Recordar cómo escondía la comida, cómo la botaba, cómo lamía cubitos de pollo para controlar el hambre. Recordar que incluso, el cubito elegido permanecía en la caja, porque ese era el que yo chupaba. Y nadie lo tocaba.
Ver que nadie hizo nada por resolver aquello. La normalidad del absurdo.
- Déjala, es que ella es rara.
El orgullo de mi madre porque yo siempre estaba por debajo del peso mínimo. Y el esfuerzo mío por cumplir con aquella expectativa enferma.
Sentir autocompasión. Lamerme mis heridas. Destaparlas de donde las dejé encerradas, sin tocarlas y repararlas. Esa es la parte buena.
Verme de nuevo haciendo las mismas cosas asquerosas que hice entonces y más cosas, y tratar de entender por qué han vuelto a salir a la superficie de donde las enterré. Esa es la parte difícil.